
Las flores vadeando calles, pintando de colores el verano. Rojo, blanco, naranja y amarillo. Intenso. Los cactus forman jardines inusitados. Las palmeras, fértiles de dátiles dulces, dan sombra al paseante. Mientras, el volcán no duerme. Es más: facilita la tarea de brasear pollos y sardinitas (de verdad). Y es que no sólo es el parque Nacional de Timanfaya lo que impresiona. La tranquilidad de las gentes en Playa Blanca (cerca de Yaiza y enfrente de Fuerteventura).
En mi camino encontré playas blancas y doradas, multitud de peces de colores, erizos de mar, piedras negras y restos volcánicos en cualquier lugar. Y entre paseo y baño, el momento de la compra, lidiar con los indios que se "pegan" por llevarse el gato al agua. El inglés y el alemán, los más valiosos. Los que más pagan. Al españolito le pinchan con precios ridículos porque estamos en crisis y, a lo mejor, cuela. Y coló. Fueron buenas compras y aprendí muchas cosas... Sobre todo a tener paciencia.
El último recuerdo: el mar dorado, el sonido dulce del agua salada rebotando suavemente en mis oídos. Y tu ausencia.
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